Bajo las plumas


Uno de mis vicios confesables es el de volver la vista al cielo y escudriñar en el azul infinito en busca de un águila, un cernícalo, un gavilán o cualquier otra ave rapaz que planee sobre el mundo. Miro hacia arriba y, en ocasiones, mis ojos me convierten en el cazador del cazador.

De vez en cuando, aprisiono en mis retinas y en mi memoria un ave de la que hace años, siendo aún muy niño para saber de qué me hablaban y qué implicaba lo que me decían, había oído hablar a un señor mayor que sabía mucho de lobos y de águilas reales. Un tal Félix Rodríguez de la Fuente.

El caso es que no sé si por lo que tienen de recuerdo nacido en la más inocente e irrecuperable de las infancias; no sé si por cuanto y como me sobrecoge verlas planear, majestuosas; no sé si porque tengo miedo a que el hombre logre lo que no ha hecho la Naturaleza y consiga que las rapaces, como aquella inocencia infantil, se extingan irremisiblemente... El caso, digo, es que no puedo evitar sentir una profunda fascinación por las rapaces.

En el alma de una rapaz

A veces, en secreto (no creo que todo el mundo fuera capaz de entenderlo) me quedo mirando a ese pájaro grande, suspendido indolente sobre mi cabeza, por encima del mundo en todos los sentidos y me dejo llevar por lo que me imagino que debe sentir:

Me meto bajo las plumas y la piel de un halcón peregrino y visualizo a mi presa, una paloma que se halla cientos de metros por debajo. Cierro las fosas nasales para que el aire, en un picado a trescientos kilómetros por hora, no me desgarre los pulmones. Fijo la mirada en la presa.

Entrecierro los ojos. Allá voy. Más rápido. Más. Más. No se lo espera, y aunque pudiera verme, ya es tarde... El impacto es brutal y la paloma cae, atontada o muerta, ante mi graznido de triunfo. Hoy voy a comer y es probable que la carne no esté envenenada.

Reyes del cielo, emperadores del sol y de la luna

Otras veces, me cuelo en la vida de un águila real. Grande, majestuosa, consciente de que desde tanta altura son pocas las amenazas que ha de afrontar. Sobrevuelo tranquilo mi territorio, recorriendo el terreno en busca de presas y, a la vez, sintiendo la libertad, el frío y el viento sobre y bajo las plumas.


Más de tarde en tarde, me pongo un deuvedé y me imagino como un enorme búho real, rapaz que he tenido en mis brazos y cuya mirada llevo grabada, tatuada en mi espíritu. En esas ocasiones me sueño el vigilante y, a la vez, rey de la noche...


¿Cómo no voy a querer saber, investigar y escribir sobre aves rapaces? ¿Cómo no voy a desear compartir uno de los más bellos y valiosos tesoros que Mamá Naturaleza nos ha regalado? ¿Cómo piensas resistirte a conocer a unos animales a los que, por cierto, les debemos más que el hecho de convertir este mundo en algo mucho más bello?


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