Dos esferas que sobrecogen a la noche


Cierra los ojos y activa tu imaginación: es de noche y caminas por una zona poco habitada. Como lo que pretendes es observar la Naturaleza, la fuente de luz que llevas apenas te alumbra el camino entre los árboles para que no tropieces con una raíz y te lastimes. Sería un mal trance, dado la hora que es y la poca gente que pasa, aun en pleno día, por este paraje.

Giras la cabeza y te sobrecoges al percibir que la luz de la linterna se refleja en dos esferas anaranjadas con un punto negro en el centro. Te observan desde la rama de un árbol. Inmóviles. Silenciosas, casi (sólo casi) tranquilizadoras. Y, en todo caso, hipnóticas.

Moviéndote despacio, para evitar romper el hechizo que sabes que se ha creado y del que eres, conscientemente, parte, te sitúas de forma que el haz de luz de la linterna choque con la menor cantidad de obstáculos posible e ilumine a un magnífico búho real.

Asimilando la maravilla

El ave gira el cuello y, con un poderoso golpe de sus alas, uno solo, un flop que muy probablemente sea lo último que han oído una buena cantidad de roedores, se eleva y desaparece en el más absoluto de los silencios.

Te quedas quieto unos minutos. Con la mente en blanco, tratando de fijar en la memoria todos y cada uno de los detalles, todos y cada uno de los segundos que acabas de vivir. Porque eso ha ocurrido: ante tal belleza, tal muestra de poder, tal prueba de que es posible que no pertenezcas a la especie reina del mundo animal, has vivido.

Una experiencia digna de vivirse

Sólo quienes hemos tenido la inmensa suerte de ver un búho real a poca distancia sabemos qué supone encontrarse con esta rapaz nocturna. Si, además, ha estado posado sobre nuestro antebrazo (protección de cuero mediante), la experiencia se convierte en una de esas que te marca hasta que la memoria aguante.

Ver a apenas un par de palmos unos ojos casi del tamaño de los tuyos que oscilan entre la frialdad, la serenidad y una especie de sonrisa sabia y resignada es un momento difícil de olvidar. Que se sujete a tu brazo izquierdo un pájaro de casi cuatro kilos, con unas garras y un pico que, a poco que quisiera, podrían desgarrarte la carne como si estuvieras hecho de agua es una temeridad. Eso sí: una deliciosa

temeridad.

El búho real en libertad

Dejando aparte las exhibiciones de cetrería, para las que esta ave está especialmente dotada, podemos observar el hasta metro setenta de envergadura del búho real, en este caso en libertad, en bosques, estepas o zonas semidesérticas de una gran parte de Europa y Asia. Desgraciadamente, la acción del ser humano ha relegado a esta especie a rincones de acceso complicado.

Sin embargo, y a pesar de la torpeza del hombre, esta es una de las especies que se encuentra clasificada como "de preocupación menor" según el sistema de la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza). Esto se traduce en que, aunque no siempre las merezcamos, aún son posibles experiencias como la narrada en los primeros párrafos.


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