Una garita al lado del Palacio Real


Con el final del verano se espacian mis visitas al campo. Es por eso que, cuando salgo a disfrutar de la naturaleza, me dedico a ello, o lo intento, con mayor intensidad. No sé si por eso o porque de vez en cuando me gusta hacerlo, me he quedado mirando a una pareja de lo que, a lo lejos y sin prismáticos, me ha parecido una pareja de águilas imperiales ibéricas.

Por el vuelo, el tamaño que les he calculado en la distancia y a forma de las puntas de las alas, habría jurado que eran Aquila adalberti. Pero tampoco tiene mayor importancia. Sobrevolaban un pinar, no demasiado grande, como corresponde a La Mancha. Y, pensando en el territorio que ocupan estas rapaces, me he sentido, en lo personal, muy pequeñito y, como miembro de una especie, cruel e idiota.

Por partes: viendo las evoluciones los dos pájaros, me he sentido chiquitito, a pesar de tener un tamaño varias veces superior: no es la primera vez que afirmo que me gusta imaginarme bajo las plumas de un ave rapaz, del mismo modo que, ante tal imagen me siento un ser limitado, vencido por la gravedad, incapaz de volar y de ver el mundo como de verdad es.

La idiocia del ser humano

Pero la sensación más negativa, la que me ha resultado verdaderamente dolorosa, me ha invadido al dejar caer la mirada y comprobar el tamaño del bosque en el que, probablemente, la pareja tenga su nido. Tiene que ser ahí, dado que no hay un lugar adecuado en unos cuantos kilómetros a la redonda.

Me he sentido, como humano, un miserable al ver como hemos empujado a esta especie y a otras no menos majestuosas al más cruel de los ostracismos. El bosquecillo que habitaban las aves era a una arboleda auténtica lo que la garita de un guardia al Palacio Real.

Egoísmo y vergüenza de especie

Para cubrir unas necesidades creadas, cada vez más grandes, cada vez más absurdas, hemos reducido a algo ridículo el hábitat de especies que hacen de este mundo una maravilla sin necesidad de retocarlo. Y no es la única, pero sí que hay que incluirla, el águila imperial.

Naturalmente, no se trata de volver a la cavernas (yo, al menos, no podría), pero sí de plantearnos formas de convivir con la Naturaleza, de que los bosques no aparezcan misteriosamente quemados sin que nadie, ni quien ha tirado una colilla, roto un cristal o quemado rastrojo, sepa nada...

La opción buena

Lo cierto es que, digan lo que digan, existen opciones mejores y peores a la hora de cuidar nuestro entorno. Sucede que, si determinados empresarios no quieren aumentar el precio de sus bienes, tendrían que reducir ligeramente el margen de beneficio. Algo que, por otra parte, no los va a llevar al hambre...

La idea es que, cuando el coste de soterrar un cable (o de ahorrárnoslo, que también puede ser); de usar unos u otros pesticidas; o de utilizar madera procedente de bosques sostenibles es similar a la de no hacerlo, tomemos la opción que permita que las aves rapaces, los linces, los lobos... el futuro del ser humano perviva y se conserve en las mejores condiciones.


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